No podía más. Estaba herido en los hombros y en las rodillas, pero no podía parar ahora, no mientras ese siniestro ser me siguiera. Creí que lo había despistado. Me apoyé en el gran portón abierto hace dos horas y ahora cerrado para descansar un instante. La sangre estaba helada y sentía un dolor inimaginable. No podía seguir huyendo, las rodillas me ardían de tanto correr. Súbitamente escuche una risa heladora detrás de mí… era él.
Era el espectro de un antiguo bufón asesinado en el castillo por su rey. Tenía una mirada sedienta de sangre. Sostenía una calavera en una mano y una daga en la otra.
Me dio tiempo a escapar antes de que ese horripilante ser me atravesase con su daga y volví a salir huyendo. Entonces hallé la entrada a las almenas del castillo. Y entré para tranquilizarme Me volví a apoyar esta vez sobre una de las almenas.
No podía aguantar. Casi prefería ser asesinado por ese monstruoso ser a seguir así. La noche era oscura y cada vez oía la risa del bufón más cerca de mí. Hice acopio de mi valor y salté del castillo. Ya todo me daba igual.
Aquellos segundos se me hicieron eternos y cuando me quise dar cuenta había caído otra vez sobre la almena. ¡Cómo era posible!
No debía haber bajado la guardia ni por un segundo porque esa horrenda criatura me alcanzó. Empecé a correr pero él fue más veloz y consiguió herirme en la espalda. ¡Maldito castillo! ¡¿Es que no podré salir nunca de aquí?!
Volví a entrar y seguí corriendo por sus interminables pasillos. Entonces encontré una puerta abierta. Todas las puertas estaban cerradas excepto esa y, como un iluso, entré a investigar. Lo que me encontré a continuación me dejó estupefacto.
Delante de mí se erguía una tremenda sala del trono. Tenía las paredes adornadas con hermosos tapices y una gran alfombra de tela roja con ornamentos dorados dispuesta a lo largo del suelo de aquella gran estancia. En el centro de la
alcoba se encontraba una mesa interminable llena de comida con una sola silla.
En aquella silla se hallaba el esqueleto del difunto rey. Me acerqué a aquella osamenta y lo que vi me dejó atónito. Tenía clavada en la columna una daga igual a la que portaba el espíritu burlón. De repente me di cuenta de que me había metido en las fauces del lobo.
De improviso, la gran puerta se cerró y lo único que pude escuchar fue la risa burlona de aquel ser.
Entonces empecé a dar vueltas sin cesar. No podía sobrevivir durante más tiempo. Las heridas me sangraban sin tregua y la vista se me nubló. Entonces lo vi. Ahora sentado sobre el trono de su víctima.
En un vano intento de sobrevivir intenté agarrar la daga clavada en el esqueleto del rey pero los hombros me dolían demasiado. En aquel momento, mis rodillas cedieron y caí al suelo.
¿Por qué me perseguía ese horroroso y diabólico ser? ¿Qué tengo de especial para que quiera acabar conmigo?
No veía nada, no sentía ni las piernas ni los brazos. El bufón se acercaba cada vez más a mí.
Entonces pasó algo que me dejó helado. El bufón habló:
“Aquí no volverá a entrar nadie. Por fin tengo este castillo para mí solo y únicamente he tenido que acabar con su majestad. Ahora sabrás lo que es pasarse una eternidad en este castillo”.
Entonces me atravesó con su daga.
Desde entonces retiene a mi espíritu cautivo junto a muchos otros más. Vivirá como un rey para siempre a costa de nuestras almas en pena, condenadas a servirle eternamente.
Eternamente…